Hacer despacio lleva a olvidar los pasos que anticipan las conductas, los caminos de la memoria, para habitar lugares intermedios llenos de vida y de sorpresa. Cuando se sienten esos lugares, hay que detenerse, llenarse de sensaciones y emociones, para no convertirse en un robot animado sólo de eficacia.
Aprender despacio significa aprender hacia dentro, reconocerse en los demás y en lo que te rodea, como algo tuyo, que permanece. Por eso la emoción es un momento de vida compartida, donde tú eres el otro o lo otro, donde tu cuerpo queda suspendido en el tiempo.
Moverse despacio lleva a pensar (se) despacio. Y cuando piensas despacio, todo es nuevo, todo aparece por primera vez, nace y muere en el instante, que es lo único a lo que perteneces. Aparecen, entonces los sentidos, aparece el cuerpo, la vida, escuchas a los hombres y a los pájaros, a los árboles y a los colores.
Despacio descubres el movimiento articulado de tu cuerpo. Y los elementos rítmicos y fluidos que lo habitan. Qué orden, qué alegría, qué belleza. Despacio te das cuenta de que no siempre puedes moverte despacio, por ejemplo para levantarte de una silla o para cruzar un semaforo en rojo.
Despacio no quiere decir lento. Es más bien el límite entre lo rápido y lo lento. Un lugar donde puedes estar sin estar del todo. Donde puedes sentir las energías de los lugares. Y a los dioses que habitan en ellos.
Despacio, la vista fija la atención en los matices, en lo que no se ve si no se mira, que es lo que más importa. Se puede, a la vez, escuchar, oler, sentir los cambios de temperatura o la caricia del viento. Despacio como el calor que proyecta el sol durante su movimiento, despacio. Ir despacio, Hacer despacio, Aprender despacio, Moverse despacio, Pensar despacio, Escuchar despacio, Sentir despacio, Proyectar despacio... Ser arquitecto es mi manera de estar solo, despacio.
Alberto Morell Sixto
"Aprendiendo a pensar", Alberto Campo Baeza. Editorial Nobuko
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